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6 de diciembre de 2010

El multicitado “fenómeno” del éxito de Crepúsculo no es tan nuevo


Pasillos de la FIL, jueves por la mañana: un remolino de personas me atrajo al stand de editorial Santillana y sus pirámides redondas de libros, rodeados por adolescentes y niños. El color negro y sepia de las portadas y los títulos en letras góticas y oro son distintivos de las publicaciones en español de la nueva ola de literatura fantástica juvenil, con sus historias de vampiros, magos y brujas. Mientras hojeaba un libro, a mi lado se detuvo una jovencita con un volumen en la mano.

En voz alta, leyó a su amiga el texto promocional de la contraportada. “¡Qué ganas de comprarlo!”, terminó diciendo. “¿Cómo sabes que es bueno?”, le preguntó la amiga. “No ves, aquí dice que hicieron una película”, fue la respuesta de la joven lectora. El argumento y el plus de calidad que tendría una novela por el simple hecho de haber sido llevada al cine me hizo mucha gracia.

El multicitado “fenómeno” del éxito de novelas y películas como Harry Potter y Crepúsculo no es tan nuevo. Si revisamos los títulos de las novelas más adaptadas al cine, nos damos cuenta que en su mayoría son novelas de género, en especial del fantástico, de horror y de aventuras.


Cientos de filmes de distintos géneros se nutrieron de novelas de horror como Drácula, de Bram Stoker; Frankenstein, de Mary Shelley; y Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson. Pero también historias de acción como El conde de Montecristo y Los tres Mosqueteros, de Alexandre Dumas, y una gran novela de corte social como Los miserables, de Víctor Hugo, han inspirado una gran cantidad de filmes. Entre los autores de teatro más adaptados al séptimo arte destaca, desde luego, William Shakespeare con Hamlet, Romeo y Julieta, Otelo y Macbeth.

Entonces, ¿por qué nos sorprendemos de la estrecha relación entre la literatura y el cine de divulgación popular si los vampiros, magos, asesinos, perseguidos, aventureros, amantes furtivos y hombres celosos de la literatura y el teatro han atraído a realizadores y espectadores de cine desde que Georges Méliès, en 1898, provocara a su público con Un hombre de cabezas, en el que se arrancó la cabeza para jugar con ella como un malabarista de circo? Los fenómenos de hoy sólo confirman que los añejos temas del bien y el mal, el amor y desamor, el destino, la culpa y la salvación, siguen vigentes en la búsqueda de los jóvenes —y adultos.
“El cine como gran biblioteca ideal” es ya un lugar común que habla de que alrededor de la mitad de las películas que se realizan en el mundo pueden considerarse adaptaciones de un texto literario. Estudiar la cantidad y valorar la manera y calidad de las adaptaciones es interesante. Sin embargo, también es estimulante estudiar la influencia al revés y reconocer que, desde que el cine se ha convertido en un espectáculo popular que atrae a los escritores y sus lectores, no sólo ha cambiado la percepción de la realidad sino también su representación simbólica a través del arte. En la literatura la influencia del cine se muestra en los temas, personajes, géneros, en el tratamiento de los conflictos y, en especial medida, en los recursos narrativos que parecen inspirados en el lenguaje audiovisual. Las descripciones “visuales” de espacios y personajes, el manejo del tiempo/espacio, el montaje con flash back y flash forward, sugieren experiencias de una “imagen en movimiento”.

En 1996 la UNAM publicó la investigación de Patrick Duffey, De la pantalla al texto. La influencia del cine en la narrativa mexicana del siglo XX. El ensayo describe ejemplos de textos de la literatura mexicana que, según el autor, corresponden a una “escritura cinematográfica”. Duffey aborda, por ejemplo, la novela de la Revolución: analiza aspectos cinematográficos en el manejo del tiempo/espacio de José Revueltas y Juan Rulfo y descubre en Carlos Fuentes a un escritor profundamente influenciado por el cine. También habla del voyeurismo cinematográfico de Juan García Ponce y Salvador Elizondo, al mismo tiempo que recuerda la influencia del cine en escritores como José Emilio Pacheco, Luis Zapata y Laura Esquivel.
Como modesto homenaje a la novela de la Revolución Mexicana transcribo dos ejemplos que Duffey cita en su texto. “Aurelio de los Reyes describe la novela de la Revolución como ‘vistas cinematográficas que muestran escenas y cuadros revolucionarios unidos por el montaje’. Por otro lado, al hablar de la novela María Luisa, Mariano Azuela afirmó: ‘Puse de pie a los personajes de la primera novela que escribí y ahora voy a exhibirlos en movimiento’. En Los de abajo, el escritor utiliza en varias ocasiones descripciones que sugieren un travelling que pasa de un plano general a un plano cercano’”.

No queda duda que los jóvenes “consumidores” de literatura y cine que observé en la FIL tienen razón en reconocer la íntima relación que sigue existiendo entre la literatura y el cine; una influencia mucho más rica que una campaña de mercadotecnia.


Fuente: ImpresoMilenio
Vía DiarioTwilight


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