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20 de enero de 2011

Ver y creer: vampiresas y vampiros, el erotismo de la sangre

Hoy dejaremos a un lado la desconfianza hacia el vampiro para cumplir una promesa, y porque aún con la suspicacia que le profeso, nadie como él ha penetrado en la psique humana desde siempre: en El ansia (The Hunger, 1982) la vampiresa Lady Miriam (Catherine Deneuve) recuerda su vida en el antiguo Egipto y quizá aluda a la diosa Srun que se “alimentaba de hombres”. Y es que cuando se habla de vampiros la alusión sexual es inevitable, lo que llama la atención es que en los orígenes del mito la figura era netamente femenina.

Entre los griegos la criatura Lamia adoptaba la apariencia de una bella mujer para drenar los líquidos vitales (semen y sangre) de los hombres a los que atacaba; y entre los romanos los demonios femeninos súcubos sostenían relaciones íntimas, para robar su energía sexual.

No es coincidencia que los propios italianos regresara a la mujer su papel central, vía Erzsébet Báthory, La Condesa Sangrienta: de un sadismo extremo torturaba por diversión, se decía que practicaba la magia negra con asesinatos rituales en los que desangraba a sus víctimas, doncellas vírgenes, para bañarse en su sangre y conservar su belleza y juventud. Lo que sí resulta cierto es que hacia 1611 fue juzgada por más de 600 asesinatos y enclaustrada en su castillo.

I vampiri (Ricardo Freda/Mario Bava, 1956) explotó ésta espeluznante historia y provocó que las vampiresas del cine italiano fueran a partir de ahí (finales de los 1950s) insensibles, crueles, castigadoras y con un poderío sexual tal, que podían corromper a cualquier varón, por supuesto la voluptuosidad y desnudez ayudaban. Así, el indefenso y “pobrecito” hombre, sólo podía esperar ser rescatado de esa esclavitud (sexual) y redimido por la mujer virtuosa (¡maravilloso!).

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Acá en México también teníamos lo nuestro, como la hermosa Lorena Velásquez y otras guapas que encendían la pantalla en noches tétricas, castillos medievales, o invasiones extraterrestres, entre el horror y el humor, a veces involuntario. Es más, cuenta la leyenda que hay una versión de Santo vs. las mujeres vampiro (Alfonso Corona, 1962) con desnudos de las vampiresas que fue distribuida en Europa. A la fecha no tengo claro si existe o no, pues en ésta temporada aparecen afirmaciones que casi de inmediato se demienten; pero con el mito es suficiente.

El hecho es que las películas de vampiros se multiplicaron por todo el orbe, ofreciendo un ideario de sensualidad para todos los gustos. Pues quizá, más allá de los asuntos del desafío a la muerte desde la muerte, la inmortalidad o la elegancia, es el atractivo sexual lo que hacen del Vampiro, y la Vampiresa, un símbolo de libertad para distintas generaciones, ya sea desde el ensueño hasta la experiencia en la conquista de la individualidad.

Está claro que prefiero a la Vampiresa, pero es El Drácula quien mejor ilustra la forma en como cada versión cinematográfica ha reflejado el espíritu “instintivo” de su época, cito los ejemplos que me parecen más reveladores, aunque hay más:

* El Nosferatu de Murnau de 1922 es una presencia lasciva, amenazante entre las sombras para la mujer postrada en su lecho, creo que personifica la contradicción moral germana después de la Primera Guerra Mundial.

* El Conde Drácula (Bela Lugosi) de 1931, asume su papel de Don Juan, ávido de sangre y mujeres, es la presencia carnal del hombre en la alcoba de la mujer, entre el miedo de la Crisis de 1929 en los EE.UU. y el intento por vivir y liberarse.

* En La Danza de los Vampiros (The Fearless Vampire Killers, 1967) Polanski da a sus vampiros una libertad sexual total sin controversias, practicando el amor libre, quizá por eso es la más divertida (y alarmante, pues no detiene sino que propaga la “epidemia”).

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* Los muchachos perdidos (The Lost Boys, 1987) hace una alegoría sobre los excesos de los jóvenes, sobre todo con la droga, en una década que había perdido su inocencia y sería recordada por sus excesos; anticipaba a los 1990s y su ambigüedad moral.

* En Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire: The Vampire Chronicles, 1994) está presente cierta homosexualidad, y más allá del relativismo de su época, lo más notable es la búsqueda existencial a través de los apetitos de todo tipo; y aporta la fascinación por este ser pálido, un tanto melancólico, atormentado, en un neo–romanticismo (alemán como Werter).

* La saga de Crepúsculo continuaría con esto y resulta la más paradójica: lucha entre el amor con su romanticismo rosa y el empuje sexual femenino por la pérdida de la virginidad y su transformación vampírica, frente a un protagonista muy vacilante, que “encarnaría” la dificultad, recelo y confusión de “ser hombre”. Con todo lo mala que pueda creer que es, está marcando, y es la delicia de buena parte de las generaciones más jóvenes de este nuevo siglo. El tiempo dirá.

Iniciamos este breve paseo por el vampiro con El ansia y terminaremos con una obra afín: Déjame entrar (Låt den rätte komma in, 2008) merece una mención aparte, pues realmente es la historia de amor entre un niño desadaptado, víctima de sus compañeros de escuela, Oskar, y Eli una inmortal vampiresa adolescente que se ha quedado sola.

Con drama, venganza, diversión, complicidad, gore exacto, y pruebas de amor sui generis, uno y otra se eligen como protector/a y protegido/a. ¿Acaso no se trata de esto el amor? La metáfora es particularmente bella: el vampiro no puede forzar su entrada, debe ser convidado a entrar (en lo más íntimo), igual que el/la amante. Así que, en estas noches cada vez más propicias para las vampiresas y vampiros: “dejad que el/la indicado/a entre”, déjeseme morder pues ya lo sabe… el erotismo está en la sangre. 

fuente escribiendocine




Ver y creer: vampiresas y vampiros, el erotismo de la sangre

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